Solo creo en lo que siento, aunque a veces siento que creo
en lo que pienso. La sensación es fugaz y muy intensa, de desgarrados sentimientos anidados en el pecho.
Pero el tiempo me enseño a vivir de esa manera, con
conductas recurrentes, calcadas entre ellas. Soy viajero de liviano y reducido equipaje, con la carga que el destino colocó sobre mis hombros, que no pesa, es
finita, sobre todo abundante de amor y alegría.
Pienso, creo y vivo, la verdad se vuelve piedra, que rodando
por el río recorrió la madre tierra, es el sol de mi planeta el que alumbra y
calienta, la pasión por lo querido, más allá de la extensa niebla, que no deja
divisar alegrías y penas, llevando a confusión sin saber cuál es la buena.
La verdad se hace hueco entre dudas y mentiras, poco creíble
es el tiempo si en él los años no pesan. Soy trotamundos de ilusiones, de
esperanzas y certezas, que aunque vivo en la tibieza, siento frío, calor y
pena, por aquellos que no sienten y mucho menos si no piensan.
Quienes dirigen los
hilos de las tristes marionetas, no han visto nunca un teatro lleno de amor y franquezas, ya que solo ven lo que les
interesa, aunque se quiten las caretas.
Luego viene la belleza adornada de riquezas, con paso firme
y altivo que a muchos desconcierta, es efímera y directa ya que sabe a quién
acecha. No debemos pensar que de
nosotros se aleja, porque en el fondo queremos que se fije en nuestras fuerzas.
Pero no todo está perdido, si sabemos entender que la grandeza de lo hermoso está dentro y
no fuera, protegido por el músculo invisible del alma cual gimnasio permanente
nuestro ser entrena, más allá del tiempo, las distancias y las penas.
No solo la luz ilumina, también lo hace el alma vespertina
de los niños, o la experiencia infinita de quienes ya han vivido penas y
alegrías, con el paso de los años recargada en la grandeza humilde de su historia ya escrita.
Ese brillo especial de sabiduría e inocencia debe siempre
ser motor que impulse nuestros días, a
la meta segura del final con hidalguía.